viernes, 29 de enero de 2010

La catarsis de Ana

Ana subió en Friburgo. Acomodó el carrito y a su hijo y se sentó, en frente, pero en diagonal. Pasillo de por medio, como para charlar fuerte pero no tanto como para que escuche todo el vagón. Ana le dijo a su nene, en español, que tenía que ir al baño y me pidió, en francés, que por favor le mirara el niño. Y yo le contesté « no hay problema » en español. Y como el baño estaba ocupado, cuando Ana descubrió que yo hablaba en castellano, empezó a charlar, como para hacer tiempo. Ana nunca más fue al baño en ese viaje.
No es que mi conversación sea encantadora, pero cuando uno quiere hablar hasta un palo puede ser una oreja solidaria. Y Ana me contó que había venido de Venezuela a los 21 años, enamorada de un marido suizo. Sin saber alemán ni francés, sin trabajo, sin amigos, sin naa de ná. Hoy Ana tiene 30 años, habla alemán y francés perfectamente, está por empezar su maestría como intérprete en Ginebra, también estudia chino, con su grupo de amigos organiza un festival internacional de guitarra y otro de folclore (yo le caí bien porque conocía un grupo argentino, de rosario, « nuestras raíces » -nombre originalísimo para un conjunto folclórico- que había venido al festival), ademas tiene un niño que es un bombón, y, desde hace un mes no tiene mas marido pero en cambio se compró un celular y abrió su propia cuenta corriente.
Desde navidad vive temporalmente en un hotel que le ayuda a pagar una asociación de acompañamiento de mujeres solas. Mientras escuchaba la fabulosa historia de Ana me preguntaba en que cabeza cabe que esta mujer, segura y enérgica- con su vestido corto y sus medias del supermercado coop (sé que son de coop porque me compré las mismas, en liquidacion) se haya bancado 8 años un marido con celos patológicos y agresor. En la mía no, pero hace rato que me di cuenta de que la mía es bien pequeña.
No teníamos mates, pero como si. En los 90 minutos entre Friburgo y Ginebra me contó su vida y de a ratos intercalé algo de la mía. Hablamos fuerte, como en típica reunión de amigas (latinas, claro). Hablamos de los fonemas del chino, de los hombres egoístas, de los casos del alemán, de los hombres que valen la pena, de los hijos y de las ganas de tener uno, de las ciudades que preferíamos, y de los amigos que faltaban, de la familia y del futuro laboral.
Al frente nuestro había un señor, a nuestro juicio oriental, que escuchaba nuestra vida como quien oye llover.
Con Ana nos pasamos los mails y los teléfonos. Cuando bajabamos del tren, le ofrecí ayuda con el carrito, mientras ella agarraba a su hijo. El senor « oriental » , en un perfecto argentino, nos dijo « SHO SHEVO LA VALIJA ». La valija al final no era de Ana, pero en el alboroto no nos dimos cuenta, y el buen argentino así como la bajó, la subió. Nos deseó buen dia y se fue, con media vida de cada una a dar vueltas por Ginebra.
Con Ana nos despedimos en la facultad, con un abrazo fuertísimo, de esos que te das después de una charla de mate que te deja más feliz y más entera.
Me escribió esta mañana para invitarme a la inauguración de su departamento. No puedo ir, pero quedamos en juntarnos a cenar en Berna.

1 comentario:

  1. Que lindo sentirse por un momento tan envidiadas como el argentino y el brasilero... Vero y Ana charlando y el comedido señor "oriental" escuchando y muriéndose por vencer su timidez...

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